15 Yo los reuní junto al río que corre hacia Ahavá. Allí acampamos
tres días. Observé que había laicos y sacerdotes, pero no encontré
ningún
levita.
16 Entonces llamé a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Yarib, Elnatán,
Natán, Zacarías, y Mesullam, hombres discretos,
17 y les mandé donde Iddó, jefe de la localidad de Kasifías; puse en su
boca las palabras que habían de decir a Iddó y a sus hermanos, establecidos
en la localidad de Kasifías, para que nos proporcionaran ministros para la
Casa de nuestro Dios.
18 Y gracias a la mano bondadosa de nuestro Dios que estaba con
nosotros, nos trajeron a un hombre experto, de los hijos de Majlí, hijo de
Leví, hijo de Israel: a Serebías, con sus hijos y hermanos: dieciocho
hombres;
19 además a Jasabías, y con él a su hermano Isaías, de los hijos
de
Merarí, y sus hijos: veinte hombres.
20 Y de los donados que David y los jefes habían destinado al servicio
de los levitas: 220 donados. Todos ellos fueron designados nominalmente.
21 Allí, a orillas del río Ahavá, proclamé un ayuno para humillarnos
delante de nuestro Dios y pedirle un viaje feliz para nosotros, nuestros hijos
y nuestros bienes.
22 Pues me daba vergüenza solicitar del rey tropa y gente de a caballo
para protegernos del enemigo en el camino; por el contrario, habíamos
declarado al rey: «La mano de nuestro Dios está, para bien, con todos los
que le buscan; y su poder y su cólera sobre todos los que le abandonan.»
23 Ayunamos, pues, buscando a nuestro Dios por esta intención, y él
nos atendió.
24 Elegí a doce jefes de los sacerdotes, y además a Serebías y
Jasabías, y con ellos a diez de sus hermanos;
25 les pesé la plata, el oro y los utensilios, ofrendas que el
rey, sus
consejeros, sus jefes y todos los israelitas que se encontraban allí
habían
reservado para la Casa de nuestro Dios.
26 Pesé y les entregué 650 talentos de plata, cien utensilios de plata de
dos talentos, cien talentos de oro,
27 veinte copas de oro de mil dáricos y dos objetos de hermoso bronce
dorado, preciosos como el oro.
28 Y les dije: «Vosotros estáis consagrados a Yahveh; estos utensilios
son sagrados; esta plata y este oro son una ofrenda voluntaria a Yahveh,
Dios de nuestros padres.
29 Vigilad y guardadlos hasta que los peséis ante los jefes de los
sacerdotes y de los levitas y los cabezas de familia de Israel, en Jerusalén,
en las cámaras de la Casa de Yahveh.»
30 Los sacerdotes y levitas tomaron entonces la plata, todo lo que
había sido pesado, el oro y los utensilios, para llevarlos a Jerusalén, a la
Casa de nuestro Dios.