8 Y por estas acciones, ¿no les he de castigar? - oráculo de Yahveh -,
¿de una nación así no se vengará mi alma?
9 Alzo sobre los montes lloro y lamento, y una elegía por las dehesas
del desierto, porque han sido incendiadas; nadie pasa por allí, y no se oyen
los gritos del ganado. Desde las aves del cielo hasta las bestias, todas han
huido, se han marchado.
10 Voy a hacer de Jerusalén un montón de piedras, guarida de
chacales, y de las ciudades de Judá haré una soledad sin ningún habitante.
11 ¿Quién es el sabio?, pues que entienda esto; a quién ha hablado la
boca de Yahveh?, pues que lo diga; ¿por qué el país se ha perdido,
incendiado como el desierto donde no pasa nadie?
12 Yahveh lo ha dicho: Es que han abandonado mi Ley que yo les
propuse, y no han escuchado mi voz ni la han seguido;
13 sino que han ido en pos de la inclinación de sus corazones tercos,
en pos de los Baales que sus padres les enseñaron.
14 Por eso, así dice Yahveh Sebaot, el dios de Israel: He aquí que voy
a dar de comer a este pueblo ajenjo y les voy a dar de beber
agua
emponzoñada.
15 Les voy a dispersar entre las naciones desconocidas de ellos y de
sus padres, y enviaré detrás de ellos la espada hasta exterminarlos.
16 Así habla Yahveh Sebaot: ¡Hala! Llamad a las plañideras, que
vengan: mandad por las más hábiles, que vengan.
17 ¡Pronto! que entonen por nosotros una lamentación. Dejen caer
lágrimas nuestros ojos, y nuestros párpados den curso al llanto.
18 Sí, una lamentación se deja oír desde Sión: «¡Ay, que somos
saqueados!, ¡qué vergüenza tan grande, que se nos hace dejar nuestra tierra,
han derruido nuestros hogares!»
19 Oíd, pues, mujeres, la palabra de Yahveh; reciba vuestro oído la
palabra de su boca: Enseñad a vuestras hijas esta lamentación, y las unas a
las otras esta elegía:
20 «La muerte ha trepado por nuestras ventanas, ha entrado en
nuestros palacios, barriendo de la calle al chiquillo, a los mozos
de las
plazas.
21 ¡Habla! Tal es el oráculo de Yahveh: Los cadáveres humanos
yacen como boñigas por el campo, como manojos detrás del segador, y no
hay quien los reúna.»