12 Hay quien empuña el cetro como un gobernador de provincia, pero no
podría aniquilar al que le ha ofendido.
13 Otro tiene en su diestra espada y hacha, pero no puede defenderse de la
guerra ni de los ladrones.
14 Por donde bien dejan ver que no son dioses. Así que no les temáis.
15 Como el vaso que un hombre usa, cuando se rompe, se hace inservible,
así les pasa a sus dioses una vez colocados en el templo.
16 Sus ojos están llenos del polvo levantado por los pies de los que entran.
17 Lo mismo que a uno que ha ofendido al rey se le cierran bien
las
puertas, como que está condenado a muerte, así los sacerdotes aseguran las
casas
de estos dioses con puertas, cerrojos y trancas, para que no sean saqueados por
los ladrones.
18 Les encienden lámparas y aun más que para ellos mismos, cuando los
dioses no pueden ver ni una sola de ellas.
19 Les pasa lo mismo que a las vigas de la casa cuyo interior se dice que
está aplillado. A los gusanos que suben del suelo y los devoran, a
ellos y sus
vestidos, no los sienten.
20 Sus caras están ennegrecidas por la humareda de la casa.
21 Sobre su cuerpo y sus cabezas revolotean lechuzas vencejos y otros
pájaros; y también hay gatos.
22 Por donde podéis ver que no son dioses; así que no les temáis.
23 El oro mismo con que los recubren para embellecerlos no lograría
hacerlos brillar si no hubiera quien le limpiara la herrumbre, pues ni cuando
eran
fundidos se daban cuenta.
24 A enorme precio han sido comprados esos dioses en los que no hay
soplo de vida.