16 No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos,
estaban al acecho.
17 Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las
puertas del jardín, para que pueda bañarme.»
18 Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la
puerta lateral para traer lo que Susana había pedido; no sabían que
los
ancianos estaban escondidos.
19 En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron,
fueron corriendo donde ella,
20 y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve.
Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros.
21 Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un
joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.»
22 Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si
hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.
23 Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho
que pecar delante del Señor.»
24 Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos
gritaron también contra ella,
25 y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
26 Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por
la puerta lateral para ver qué ocurría,
27 y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron
muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de
Susana.
28 A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de
Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos
inicuos contra Susana para hacerla morir.
29 Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana,
hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla,
30 y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de
todos sus parientes.
31 Susana era muy delicada y de hermoso aspecto.
32 Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le
quitase el velo para saciarse de su belleza.