22 Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si
hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.
23 Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho
que pecar delante del Señor.»
24 Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos
gritaron también contra ella,
25 y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
26 Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por
la puerta lateral para ver qué ocurría,
27 y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron
muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de
Susana.
28 A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de
Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos
inicuos contra Susana para hacerla morir.
29 Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana,
hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla,
30 y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de
todos sus parientes.
31 Susana era muy delicada y de hermoso aspecto.
32 Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le
quitase el velo para saciarse de su belleza.
33 Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.
34 Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus
manos sobre su cabeza.
35 Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía
puesta su confianza en Dios.
36 Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos
por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y
luego
despachó a las doncellas.
37 Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se
acostó con ella.
38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta
iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.
39 Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque
era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
40 Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
41 No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La
asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la
condenaron a muerte.
42 Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces
los secretos, que todo lo conoces antes que suceda,
43 tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y
ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado
contra mí.»
44 El Señor escuchó su voz
45 y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un
jovencito llamado Daniel,
46 que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta
mujer!»
47 Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que
has dicho?»
48 El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de
Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel?
49 ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han
levantado contra ella!»
50 Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a
Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que
Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.»
51 Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les
interrogaré.»
52 Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo:
«Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu
vida pasada,
53 dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y
absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: "No
matarás al
inocente y al justo."
54 Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.»
Respondió él: «Bajo una acacia.»
55 «En verdad - dijo Daniel - contra tu propia cabeza has mentido,
pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por
el medio.»
56 Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que
no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido
tu
corazón!
57 Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban
a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad.
58 Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» El
respondió: «Bajo una encina.»
59 En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia
cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte
por el medio, a fin de acabar con vosotros.»
60 Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a
Dios que salva a los que esperan en él.
61 Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su
propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio
62 y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que
ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se
salvó una sangre inocente.
63 Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios por su hija Susana, así
como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el hecho de que
nada
indigno se había encontrado en ella.