29 Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana,
hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla,
30 y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de
todos sus parientes.
31 Susana era muy delicada y de hermoso aspecto.
32 Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le
quitase el velo para saciarse de su belleza.
33 Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.
34 Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus
manos sobre su cabeza.
35 Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía
puesta su confianza en Dios.
36 Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos
por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y
luego
despachó a las doncellas.
37 Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se
acostó con ella.
38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta
iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.
39 Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque
era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
40 Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
41 No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La
asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la
condenaron a muerte.
42 Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces
los secretos, que todo lo conoces antes que suceda,
43 tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y
ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado
contra mí.»
44 El Señor escuchó su voz
45 y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un
jovencito llamado Daniel,
46 que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta
mujer!»