35 Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía
puesta su confianza en Dios.
36 Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos
por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y
luego
despachó a las doncellas.
37 Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se
acostó con ella.
38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta
iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.
39 Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque
era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
40 Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
41 No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La
asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la
condenaron a muerte.
42 Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces
los secretos, que todo lo conoces antes que suceda,
43 tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y
ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado
contra mí.»
44 El Señor escuchó su voz
45 y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un
jovencito llamado Daniel,
46 que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta
mujer!»
47 Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que
has dicho?»
48 El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de
Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel?
49 ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han
levantado contra ella!»
50 Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a
Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que
Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.»
51 Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les
interrogaré.»