7 Con tal motivo, en cuanto se oyó sonar el cuerno, el pífano, la cítara,
la sambuca, el salterio, la zampoña y toda clase de música, todos
los
pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que
había erigido el rey Nabucodonosor.
8 Sin embargo, algunos caldeos se presentaron a denunciar a los
judíos.
9 Tomaron la palabra y dijeron al rey Nabucodonosor: «¡Viva el rey
eternamente!
10 Tú, oh rey, has ordenado que todo hombre, en cuanto oiga sonar el
cuerno, el pífano, la cítara, la sambuca, el salterio, la zampoña y toda clase
de música, se postre y adore la estatua de oro,
11 y que aquél que no se postre para adorarla sea arrojado en el horno
de fuego ardiente.
12 Pues hay algunos judíos a quienes has encargado de la
administración de la provincia de Babilonia: Sadrak, Mesak y Abed Negó,
que no te hacen caso, oh rey; no sirven a tu dios ni adoran la estatua de oro
que has erigido.»
13 Ebrio de cólera, Nabucodonosor mandó llamar a Sadrak, Mesak y
Abed Negó, que fueron introducidos ante el rey.
14 Nabucodonosor tomó la palabra y dijo: «¿Es verdad, Sadrak,
Mesak y Abed Negó, que no servís a mis dioses ni adoráis la estatua de oro
que yo he erigido?