20 «En cuanto a lo que ha visto el rey: un Vigilante, un santo que
bajaba del cielo y decía: “Abatid el árbol, destruidlo, pero el
tocón y sus
raíces dejadlos en tierra, con ataduras de hierro y bronce, entre la hierba del
campo, y sea bañado del rocío del cielo y comparta la suerte con las bestias
del campo hasta que hayan pasado por él siete tiempos”,
21 ésta es su interpretación, oh rey, y el decreto del Altísimo que ha
tocado a mi señor el rey:
22 «Serás arrojado de entre los hombres y con las bestias del campo
morarás; hierba, como los bueyes, tendrás por comida, y serás bañado del
rocío del cielo; siete tiempos pasarán por ti, hasta que reconozcas
que el
Altísimo domina sobre el imperio de los hombres y que se lo da a quien le
place.
23 «Y la orden de dejar el tocón y las raíces del árbol, significa que tu
reino se te conservará hasta que hayas reconocido que todo poder viene del
Cielo.
24 Por eso, oh rey, acepta mi consejo: rompe tus pecados con obras de
justicia y tus iniquidades con misericordia para con los pobres, para que tu
ventura sea larga.»
25 Todo esto le sobrevino al rey Nabucodonosor.
26 Doce meses después, paseándose por la terraza del palacio real de
Babilonia,
27 iba diciendo el rey: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo he
edificado como mi residencia real, con el poder de mi fuerza y para la gloria
de mi majestad?»
28 Aún estaban estas palabras en la boca del rey, cuando una voz cayó
del cielo: «¡A ti se te habla, rey Nabucodonosor! La realeza se te ha ido.
29 De entre los hombres serás arrojado, con las bestias del campo
morarás; hierba como los bueyes tendrás por comida, y siete tiempos
pasarán por ti, hasta que reconozcas que el Altísimo domina sobre el reino
de los hombres, y se lo da a quien le place.»
30 Y al punto se cumplió la palabra en Nabucodonosor: fue arrojado
de entre los hombres, se alimentó de hierba como los bueyes, su cuerpo fue
bañado del rocío del cielo, hasta crecerle sus cabellos como plumas
de
águila y sus uñas como las de las aves.
31 «Al cabo del tiempo fijado, yo, Nabucodonosor, levanté los ojos al
cielo, y la razón volvió a mí; entonces bendije al Altísimo,
alabando y
exaltando al que vive eternamente, cuyo imperio es un imperio eterno,
y
cuyo reino dura por todas las generaciones.
32 Los habitantes todos de la tierra ante él, como si no contaran, hace
lo que quiere con el ejército del cielo y con los habitantes de la tierra. Nadie
puede detener su mano o decirle: “¿Qué haces?”
33 «En aquel momento, la razón volvió a mí, y para gloria de mi
realeza volvieron también a mí majestad y esplendor; mis consejeros y mis
grandes me reclamaron, se me restableció en mi reino, y se me dio
una
grandeza todavía mayor.