5 Por ello los ministros y los sátrapas se pusieron a buscar un motivo
de acusación contra Daniel en algún asunto de Estado; pero no
pudieron
encontrar ningún motivo de acusación ni falta alguna, porque él era fiel y
no se le podía reprochar de negligencia ni falta.
6 Entonces se dijeron aquellos hombres: «No encontraremos ningún
motivo de acusación contra este Daniel si no es en materia de la ley de su
Dios.»
7 Los ministros y sátrapas acudieron, pues, atropelladamente ante el
rey y le hablaron así: «¡Viva eternamente el rey Darío!
8 Todos los ministros del reino, prefectos, sátrapas, consejeros y
gobernadores, aconsejan unánimemente que se promulgue un edicto real
para poner en vigor la prohibición siguiente: Todo aquel que en el término
de treinta días dirija una oración a quienquiera que sea, dios u
hombre,
fuera de ti, oh rey, será arrojado al foso de los leones.
9 Ahora pues, oh rey, da fuerza de ley a esta prohibición firmando el
edicto, de suerte que no se cambie nada, con arreglo a la ley de los medos y
persas, que es irrevocable.»
10 Ante esto, el rey Darío firmó el edicto de prohibición.
11 Al saber que había sido firmado el edicto, Daniel entró en su casa.
Las ventanas de su cuarto superior estaban orientadas hacia Jerusalén y tres
veces al día se ponía él de rodillas, para orar y dar gracias a su Dios; así lo
había hecho siempre.