8 Atesoré también plata y oro, tributos de reyes y de provincias. Me
procuré cantores y cantoras, toda clase de lujos humanos, coperos y
reposteros.
9 Seguí engrandeciéndome más que cualquiera de mis predecesores en
Jerusalén, y mi sabiduría se mantenía.
10 De cuanto me pedían mis ojos, nada les negué ni rehusé a mi
corazón ninguna alegría; toda vez que mi corazón se solazaba de todas mis
fatigas, y esto me compensaba de todas mis fatigas.
11 Consideré entonces todas las obras de mis manos y el fatigoso afán
de mi hacer y vi que todo es vanidad y atrapar vientos, y que
ningún
provecho se saca bajo el sol.
12 Yo me volví a considerar la sabiduría, la locura y la necedad. ¿Qué
hará el hombre que suceda al rey, sino lo que ya otros hicieron?
13 Yo vi que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las
tinieblas.