2 Aténte al dictado del rey, y por causa del juramento divino
3 no te apresures a irte de su presencia; no te mezcles en conspiración,
pues todo cuanto le plazca puede hacerlo,
4 ya que la palabra regia es soberana, y ¿quién va a decirle: Qué
haces?
5 Quien se atiene al mandamiento, no sabe de conspiraciones. Y el
corazón del sabio sabe el cuándo y el cómo.
6 Porque todo asunto tiene su cuándo y su cómo. Pues es grande el
peligro que acecha al hombre,
7 ya que éste ignora lo que está por venir, pues lo que está por venir,
¿quién va a anunciárselo?
8 No es el hombre señor del viento para domeñar al viento. Tampoco
hay señorío sobre el día de la muerte, ni hay evasión en la agonía, ni libra la
maldad a sus autores.
9 Todo esto tengo visto al aplicar mi corazón a cuanto pasa bajo el sol,
cuando el hombre domina en el hombre para causarle el mal.
10 Por ejemplo, he visto a gente mala llevada a la tumba. Partieron del
Lugar Santo, y se dio al olvido en la ciudad que hubiesen obrado de aquel
modo. ¡Otro absurdo!:
11 que no se ejecute en seguida la sentencia de la conducta del malo,
con lo que el corazón de los humanos se llena de ganas de hacer el mal;
12 que el pecador haga el mal veces ciento, y se le den largas. Pues yo
tenía entendido que les va bien a los temerosos de Dios, a aquellos que ante
su rostro temen,
13 y que no le va bien al malvado, ni alargará sus días como sombra el
que no teme ante el rostro de Dios.