17 El alma ardiente como fuego encendido, no se apagará hasta
consumirse; el hombre impúdico en su cuerpo carnal: no cejará hasta que el
fuego le abrase; para el hombre impúdico todo pan es dulce, no descansará
hasta haber muerto.
18 El hombre que su propio lecho viola y que dice para sí: «¿Quién
me ve?; la oscuridad me envuelve, las paredes me encubren, nadie me ve,
¿qué he de temer?; el Altísimo no se acordará de mis pecados»,
19 lo que teme son los ojos de los hombres; no sabe que los ojos del
Señor son diez mil veces más brillantes que el sol, que observan todos los
caminos de los hombres y penetran los rincones más ocultos.
20 Antes de ser creadas, todas las cosas le eran conocidas, y todavía
lo son después de acabadas.