2 ¿Quién aplicará el látigo a mis pensamientos, y a mi corazón la
disciplina de la sabiduría, para que no se perdonen mis errores, ni pasen por
alto mis pecados?
3 No sea que mis yerros aumenten, y que abunden mis pecados, que
caiga yo ante mis adversarios, y de mí se ría mi enemigo.
4 Señor, padre y Dios de mi vida, no me des altanería de ojos,
5 aparta de mí la pasión.
6 Que el apetito sensual y la lujuria no se apoderen de mí, no me
entregues al deseo impúdico.
7 La instrucción de mi boca escuchad, hijos, el que la guarda no caerá
en el lazo.
8 Por sus labios es atrapado el pecador, el maldiciente, el altanero,
caen por ellos.
9 Al juramento no acostumbres tu boca, no te habitúes a nombrar al
Santo.
10 Porque, igual que un criado vigilado de continuo no quedará libre
de golpes, así el que jura y toma el Nombre a todas horas no se verá limpio
de pecado.
11 Hombre muy jurador, lleno está de iniquidad, y no se apartará de
su casa el látigo. Si se descuida, su pecado cae sobre él, si pasa por alto el
juramento, doble es su pecado; y si jura en falso, no será justificado, que su
casa se llenará de adversidades.
12 Hay un lenguaje que equivale a la muerte, ¡que no se halle en la
heredad de Jacob! Pues los piadosos rechazan todo esto, y en los pecados
no se revuelcan.
13 A la baja grosería no habitúes tu boca, porque hay en ella palabra
de pecado.
14 Acuérdate de tu padre y de tu madre, cuanto te sientes en medio de
los grandes, no sea que te olvides ante ellos, como un necio te conduzcas, y
llegues a desear no haber nacido y a maldecir el día de tu nacimiento.
15 El hombre habituado a palabras ultrajantes no se corregirá en toda
su existencia.
16 Dos clases de gente multiplican los pecados, y la tercera atrae la
ira:
17 El alma ardiente como fuego encendido, no se apagará hasta
consumirse; el hombre impúdico en su cuerpo carnal: no cejará hasta que el
fuego le abrase; para el hombre impúdico todo pan es dulce, no descansará
hasta haber muerto.
18 El hombre que su propio lecho viola y que dice para sí: «¿Quién
me ve?; la oscuridad me envuelve, las paredes me encubren, nadie me ve,
¿qué he de temer?; el Altísimo no se acordará de mis pecados»,
19 lo que teme son los ojos de los hombres; no sabe que los ojos del
Señor son diez mil veces más brillantes que el sol, que observan todos los
caminos de los hombres y penetran los rincones más ocultos.
20 Antes de ser creadas, todas las cosas le eran conocidas, y todavía
lo son después de acabadas.
21 En las plazas de la ciudad será éste castigado, será apresado donde
menos lo esperaba.
22 Así también la mujer que ha sido infiel a su marido y le ha dado de
otro un heredero.
23 Primero, ha desobedecido a la ley del Altísimo, segundo, ha
faltado a su marido, tercero, ha cometido adulterio y de otro hombre le ha
dado hijos.
24 Esta será llevada a la asamblea, y sobre sus hijos se hará
investigación.
25 Sus hijos no echarán raíces, sus ramas no darán frutos.
26 Dejará un recuerdo que será maldito, y su oprobio no se borrará.