2 ¿Quién aplicará el látigo a mis pensamientos, y a mi corazón la
disciplina de la sabiduría, para que no se perdonen mis errores, ni pasen por
alto mis pecados?
3 No sea que mis yerros aumenten, y que abunden mis pecados, que
caiga yo ante mis adversarios, y de mí se ría mi enemigo.
4 Señor, padre y Dios de mi vida, no me des altanería de ojos,
5 aparta de mí la pasión.
6 Que el apetito sensual y la lujuria no se apoderen de mí, no me
entregues al deseo impúdico.
7 La instrucción de mi boca escuchad, hijos, el que la guarda no caerá
en el lazo.
8 Por sus labios es atrapado el pecador, el maldiciente, el altanero,
caen por ellos.
9 Al juramento no acostumbres tu boca, no te habitúes a nombrar al
Santo.