4 de los hijos de Pajat Moab: Elyehoenay, hijo de Zerajías, y con él
doscientos varones;
5 de los hijos de Zattú: Sekanías, hijo de Yajaziel, y con él trescientos
varones;
6 de los hijos de Adín: Ebed, hijo de Jonatán, y con él cincuenta
varones;
7 de los hijos de Elam: Isaías, hijo de Atalías, y con él setenta varones;
8 de los hijos de Sefatías: Zebadías, hijo de Miguel, y con él ochenta
varones;
9 de los hijos de Joab: Abdías, hijo de Yejiel y con él 218 varones;
10 de los hijos de Baní: Selomit, hijo de Yosifías, y con él 160
varones;
11 de los hijos de Bebay: Zacarías, hijo de Bebay, y con él veintiocho
varones;
12 de los hijos de Azgad: Yojanán, hijo de Haqcadán, y con él 110
varones;
13 de los hijos de Adonicam: los últimos, cuyos nombres son: Elifélet,
Yeiel y Semaías, y con ellos sesenta varones;
14 y de los hijos de Bigvay: Utay, hijo de Zabud, y con él setenta
varones.
15 Yo los reuní junto al río que corre hacia Ahavá. Allí acampamos
tres días. Observé que había laicos y sacerdotes, pero no encontré
ningún
levita.
16 Entonces llamé a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Yarib, Elnatán,
Natán, Zacarías, y Mesullam, hombres discretos,
17 y les mandé donde Iddó, jefe de la localidad de Kasifías; puse en su
boca las palabras que habían de decir a Iddó y a sus hermanos, establecidos
en la localidad de Kasifías, para que nos proporcionaran ministros para la
Casa de nuestro Dios.
18 Y gracias a la mano bondadosa de nuestro Dios que estaba con
nosotros, nos trajeron a un hombre experto, de los hijos de Majlí, hijo de
Leví, hijo de Israel: a Serebías, con sus hijos y hermanos: dieciocho
hombres;
19 además a Jasabías, y con él a su hermano Isaías, de los hijos
de
Merarí, y sus hijos: veinte hombres.
20 Y de los donados que David y los jefes habían destinado al servicio
de los levitas: 220 donados. Todos ellos fueron designados nominalmente.
21 Allí, a orillas del río Ahavá, proclamé un ayuno para humillarnos
delante de nuestro Dios y pedirle un viaje feliz para nosotros, nuestros hijos
y nuestros bienes.
22 Pues me daba vergüenza solicitar del rey tropa y gente de a caballo
para protegernos del enemigo en el camino; por el contrario, habíamos
declarado al rey: «La mano de nuestro Dios está, para bien, con todos los
que le buscan; y su poder y su cólera sobre todos los que le abandonan.»
23 Ayunamos, pues, buscando a nuestro Dios por esta intención, y él
nos atendió.