5 A la hora de la oblación de la tarde salí de mi postración y, con las
vestiduras y el manto rasgados, caí de rodillas, extendí las manos
hacia
Yahveh mi Dios,
6 y dije: «Dios mío, harta vergüenza y confusión tengo para levantar
mi rostro hacia ti, Dios mío. Porque nuestros crímenes se han multiplicado
hasta sobrepasar nuestra cabeza, y nuestro delito ha crecido hasta el cielo.
7 Desde los días de nuestros padres hasta el día de hoy nos hemos
hecho muy culpables: por nuestros crímenes fuimos entregados, nosotros,
nuestros reyes y nuestros sacerdotes, en manos de los reyes de los países, a
la espada, al cautiverio, al saqueo y al oprobio, como todavía hoy sucede.
8 Mas ahora, en un instante, Yahveh nuestro Dios nos ha concedido la
gracia de dejarnos un Resto y de darnos una liberación en su lugar santo:
nuestro Dios ha iluminado así nuestros ojos y nos ha reanimado en medio
de nuestra esclavitud.
9 Porque esclavos fuimos nosotros, pero en nuestra esclavitud nuestro
Dios no nos ha abandonado; nos ha granjeado el favor de los reyes
de
Persia, dándonos ánimos para levantar de nuevo la Casa de nuestro Dios y
restaurar sus ruinas y procurándonos un valladar seguro en
Judá y
Jerusalén.
10 Pero ahora, Dios nuestro, ¿qué vamos a decir, si, después de todo
esto, hemos abandonado tus mandamientos,
11 que por medio de tus siervos los profetas tú habías prescrito en
estos términos: “La tierra en cuya posesión vais a entrar es una
tierra
manchada por la inmundicia de las gentes de la tierra, por
las
abominaciones con que la han llenado de un extremo a otro con su
impureza?
12 Así pues, no deis vuestras hijas a sus hijos ni toméis sus hijas para
vuestros hijos; no busquéis nunca su paz ni su bienestar, a fin de que podáis
haceros fuertes, comáis los mejores frutos de la tierra y la dejéis en herencia
a vuestros hijos para siempre.”