10 Luego me dijo: «Hijo de hombre, todas las palabras que yo te
dirija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atentamente,
11 y luego, anda, ve donde los deportados, donde los hijos de tu
pueblo; les hablarás y les dirás: “Así dice el Señor Yahveh”, escuchen o no
escuchen.»
12 Entonces, el espíritu me levantó y oí detrás de mí el ruido de una
gran trepidación: «Bendita sea la gloria de Yahveh, en el lugar donde está»,
13 el ruido que hacían las alas de los seres al batir una contra otra, y el
ruido de las ruedas junto a ellos, ruido de gran trepidación.
14 Y el espíritu me levantó y me arrebató; yo iba amargado con
quemazón de espíritu, mientras la mano de Yahveh pesaba fuertemente
sobre mí.
15 Llegué donde los deportados de Tel Abib que residían junto al río
Kebar - era aquí donde ellos residían -, y permanecí allí siete días, aturdido,
en medio de ellos.
16 Al cabo de los siete días, la palabra de Yahveh me fue dirigida en
estos términos:
17 «Hijo de hombre, yo te he puesto como centinela de la casa de
Israel. Oirás de mi boca la palabra y les advertirás de mi parte.
18 Cuando yo diga al malvado: “Vas a morir”, si tú no le adviertes, si
no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, a fin de
que viva, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré
cuentas a ti.