20 los presentaron a los pretores y dijeron: «Estos hombres alborotan
nuestra ciudad; son judíos
21 y predican unas costumbres que nosotros, por ser romanos, no
podemos aceptar ni practicar.»
22 La gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar
los vestidos y mandaron azotarles con varas.
23 Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y
mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado.
24 Este, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó
sus pies en el cepo.
25 Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando
himnos a Dios; los presos les escuchaban.
26 De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos
cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas
las puertas y se soltaron las cadenas de todos.
27 Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó
la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido.
28 Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos
aquí.»
29 El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los
pies de Pablo y Silas,
30 los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para
salvarme?»
31 Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y
tu
casa.»
32 Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa.
33 En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y
les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos
los
suyos.
34 Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró
con toda su familia por haber creído en Dios.
35 Llegado el día, los pretores enviaron a los lictores a decir al
carcelero: «Pon en libertad a esos hombres.»
36 El carcelero transmitió estas palabras a Pablo: «Los pretores han
enviado a decir que os suelte. Ahora, pues, salid y marchad.»