23 Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y
mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado.
24 Este, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó
sus pies en el cepo.
25 Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando
himnos a Dios; los presos les escuchaban.
26 De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos
cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas
las puertas y se soltaron las cadenas de todos.
27 Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó
la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido.
28 Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos
aquí.»