2 Yahveh, ten piedad de nosotros, en ti esperamos. Sé nuestro brazo
por las mañanas y nuestra salvación en tiempo de apretura.
3 Al fragor del estrépito se dispersan los pueblos, al alzarte tú se
desperdigan las gentes,
4 se amontona el botín como quien amontona saltamontes, se
abalanzan sobre él, como se abalanzan las langostas.
5 Exaltado sea Yahveh, pues reposa en lo alto; llene a Sión de equidad
y de justicia.
6 Sean tus días estables; la riqueza que salva son la sabiduría y
la
ciencia, el temor de Yahveh sea tu tesoro.
7 ¡Mirad! Ariel se lamenta por las calles, los embajadores de paz
amargamente lloran.
8 Han quedado desiertas las calzadas, ya no hay transeúntes por los
caminos. Han violado la alianza, han recusado los testimonios, no se tiene
en cuenta a nadie.
9 La tierra está en duelo, languidece; el líbano está ajado y mustio. Ha
quedado el Sarón como la estepa, se van pelando el Basán y el Carmelo.
10 «Ahora me levanto - dice Yahveh - ahora me exalto, ahora me
elevo.
11 Concebiréis forraje, pariréis paja, y mi soplo como fuego os
devorará;
12 los pueblos serán calcinados, espinos cercenados que en fuego
arderán.
13 Oíd, los alejados, lo que he hecho; enteraos, los cercanos, de mi
fuerza.»
14 Se espantaron en Sión los pecadores, sobrecogió el temblor a los
impíos: ¿Quién de nosotros podrá habitar con el fuego consumidor? ¿quién
de nosotros podrá habitar con las llamas eternas?