4 Nuestro redentor, cuyo nombre es Yahveh Sebaot, el Santo de Israel,
dice:
5 Siéntate en silencio y entra en la tiniebla, hija de los caldeos, que ya
no se te volverá a llamar señora de reinos.
6 Irritado estaba yo contra mi pueblo, había profanado mi heredad y
en tus manos los había entregado; pero tú no tuviste piedad de ellos; hiciste
caer pesadamente tu yugo sobre el anciano.
7 Tú decías: «Seré por siempre la señora eterna.» No has meditado
esto en tu corazón no te has acordado de su fin.
8 Pero ahora, voluptuosa, escucha esto, tú que te sientas en seguro y te
dices en tu corazón: «¡Yo, y nadie más! No seré viuda, ni sabré lo que es
carecer de hijos.»
9 Estas dos desgracias vendrán sobre ti en un instante, en el mismo
día. Carencia de hijos y viudez caerán súbitamente sobre ti, a pesar de tus
numerosas hechicerías y del poder de tus muchos sortilegios.
10 Te sentías segura en tu maldad, te decías: «Nadie me ve.» Tu
sabiduría y tu misma ciencia te han desviado. Dijiste en tu corazón: «¡Yo, y
nadie más!»