2 Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno
tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los
pies,
y con el otro par aleteaban,
3 Y se gritaban el uno al otro: «Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot:
llena está toda la tierra de su gloria.».
4 Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que
clamaban, y la Casa se llenó de humo.
5 Y dije: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios
impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey
Yahveh
Sebaot han visto mis ojos!»