4 Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que
clamaban, y la Casa se llenó de humo.
5 Y dije: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios
impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey
Yahveh
Sebaot han visto mis ojos!»
6 Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la
mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar,
7 y tocó mi boca y dijo: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha
retirado tu culpa, tu pecado está expiado.»