...la Biblia de Jerusalén
Job 9, 2-34
2 Bien sé yo, en verdad, que es así: ¿cómo ante Dios puede ser justo
un hombre?
3 A quien pretenda litigar con él, no le responderá ni una vez
entre
mil.
4 Entre los más sabios, entre los más fuertes, ¿quién le hizo frente y
salió bien librado?
5 El traslada los montes sin que se den cuenta, y los zarandea en su
furor.
6 El sacude la tierra de su sitio, y se tambalean sus columnas.
7 A su veto el sol no se levanta, y pone un sello a las estrellas.
8 El solo desplegó los Cielos, y holló la espalda de la Mar.
9 El hizo la Osa y Orión, las Cabrillas y las Cámaras del Sur.
10 Es autor de obras grandiosas, insondables, de maravillas sin
número.
11 Si pasa junto a mí, yo no le veo, si se desliza, no le advierto.
12 Si en algo hace presa, ¿quién le estorbará? ¿quién le dirá: «¿Qué es
lo que haces?»
13 Dios no cede en su cólera: bajo él quedan postrados los esbirros de
Ráhab.
14 ¡Cuánto menos podré yo defenderme y rebuscar razones frente a él!
15 Aunque tuviera razón, no hallaría respuesta, ¡a mi juez tendría que
suplicar!
16 Y aunque le llame y me responda, aún no creo que escuchará mi
voz.
17 ¡El, que me aplasta por un pelo, que multiplica sin razón mis
heridas,
18 y ni aliento recobrar me deja, sino que me harta de amargura!
19 Si se trata de fuerza, ¡es él el Poderoso! Si de justicia, ¿quién le
emplazará?
20 Si me creo justo, su boca me condena, si intachable, me declara
perverso.
21 ¿Soy intachable? ¡Ni yo mismo me conozco, y desprecio mi vida!
22 Pero todo da igual, y por eso digo: él extermina al intachable y al
malvado.
23 Si un azote acarrea la muerte de improviso, él se ríe de la angustia
de los inocentes.
24 En un país sujeto al poder de un malvado, él pone un velo en
el
rostro de sus jueces: si no es él, ¿quién puede ser?
25 Mis días han sido más raudos que un correo, se han ido sin ver la
dicha.
26 Se han deslizado lo mismo que canoas de junco, como águila que
cae sobre la presa.
27 Si digo: «Voy a olvidar mis quejas, mudaré de semblante para
ponerme alegre»,
28 me asalta el temor de todos mis pesares, pues sé que tú no me
tendrás por inocente.
29 Y si me he hecho culpable, ¿para qué voy a fatigarme en vano?
30 Aunque me lave con jabón, y limpie mis manos con lejía,
31 tú me hundes en el lodo, y mis propios vestidos tienen horror de
mí.
32 Que él no es un hombre como yo, para que le responda, para
comparecer juntos en juicio.
33 No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano entre los dos,
34 y que de mí su vara aparte para que no me espante su terror.