2 ¡Día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa niebla!
Como la aurora sobre los montes se despliega un pueblo numeroso y fuerte,
como jamás hubo otro, ni lo habrá después de él en años de generación en
generación.
3 Delante de él devora el fuego, detrás de él la llama abrasa. Como un
jardín de Edén era delante de él la tierra, detrás de él, un desierto desolado.
¡No hay escape ante él!
4 Aspecto de corceles es su aspecto, como jinetes, así corren.
5 Como estrépito de carros, por las cimas de los montes saltan, como
el crepitar de la llama de fuego que devora hojarasca; ¡como un
pueblo
poderoso en orden de batalla!
6 Ante él se estremecen los pueblos, todos los rostros mudan de color.
7 Corren como bravos, como guerreros escalan las murallas; cada uno
va por su camino, y no intercambian su ruta.
8 Nadie tropieza con su vecino, van cada cual por su calzada; a través
de los dardos arremeten sin romper la formación.
9 Sobre la ciudad se precipitan, corren por la muralla, hasta las casas
suben, a través de las ventanas entran como ladrones.
10 ¡Ante él tiembla la tierra, se estremecen los cielos, el sol y la luna
se oscurecen, y las estrellas retraen su fulgor!
11 Ya da Yahveh la voz delante de su ejército, porque sus batallones
son inmensos, porque es fuerte el ejecutor de su palabra, porque es grande
el Día de Yahveh, y muy terrible: ¿quién lo soportará?
12 «Mas ahora todavía - oráculo de Yahveh - volved a mí de todo
corazón, con ayuno, con llantos, con lamentos.»
13 Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahveh
vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en
amor, y se ablanda ante la desgracia.
14 ¡Quién sabe si volverá y se ablandará, y dejará tras sí una
bendición, oblación y libación a Yahveh vuestro Dios!
15 ¡Tocad el cuerno en Sión, promulgad un ayuno, llamad a concejo,
16 congregad al pueblo, convocad la asamblea, reunid a los ancianos,
congregad a los pequeños y a los niños de pecho! Deje el recién casado su
alcoba y la recién casada su tálamo.
17 Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, ministros de
Yahveh, y digan: «¡Perdona, Yahveh, a tu pueblo, y no entregues tu
heredad al oprobio a la irrisión de las naciones! ¿Por qué se ha
de decir
entre los pueblos: ¿Dónde está su Dios?»