9 Después se levantó Balaq, hijo de Sippor, rey de Moab, para pelear
contra Israel, y mandó llamar a Balaam, hijo de Beor, para que os maldijera.
10 Pero no quise escuchar a Balaam, y hasta tuvo que bendeciros; así
os salvé yo de su mano.
11 «Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó; pero las gentes de Jericó
os hicieron la guerra, igual que los amorreos, los perizitas, los cananeos, los
hititas, los guirgasitas, los jivitas y los jebuseos, pero yo los
entregué en
vuestras manos.
12 Mandé delante de vosotros avispas que expulsaron, antes que
llegarais, a los dos reyes de los amorreos; no fue con tu espada ni con tu
arco.
13 Os he dado una tierra que no os ha costado fatiga, unas ciudades
que no habéis construido y en las que sin embargo habitáis, viñas y olivares
que no habéis plantado y de las que os alimentáis.
14 «Ahora, pues, temed a Yahveh y servidle perfectamente, con
fidelidad; apartaos de los dioses a los que sirvieron vuestros
padres más
allá del Río y en Egipto y servid a Yahveh.
15 Pero, si no os parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién
habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá
del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi
familia serviremos a Yahveh.»
16 El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar a Yahveh para
servir a otros dioses.
17 Porque Yahveh nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y
a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que
delante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guardó por todo el
camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos.
18 Además Yahveh expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos
y a los amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos a
Yahveh, porque él es nuestro Dios.»