2 Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en
hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos.
3 En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos,
esperando la agitación del agua.
4 Porque el Ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y
agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua,
quedaba curado de cualquier mal que tuviera.
5 Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
6 Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le
dice: «¿Quieres curarte?»
7 Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en
la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que
yo.»
8 Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda.»
9 Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a
andar. Pero era sábado aquel día.
10 Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no
te está permitido llevar la camilla.»
11 El le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: Toma tu
camilla y anda.»
12 Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho:
Tómala y anda?»
13 Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido
porque había mucha gente en aquel lugar.
14 Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás
curado; no peques más, para que no te suceda algo peor.»
15 El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había
curado.
16 Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en
sábado.
17 Pero Jesús les replicó: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también
trabajo.»
18 Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque
no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre,
haciéndose a sí mismo igual a Dios.
19 Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: «En verdad, en verdad
os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al
Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo.