2 A vosotros, misericordia, paz y amor abundantes.
3 Queridos, tenía yo mucho empeño en escribiros acerca de nuestra
común salvación y me he visto en la necesidad de hacerlo para exhortaros a
combatir por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez
para
siempre.
4 Porque se han introducido solapadamente algunos que hace tiempo
la Escritura señaló ya para esta sentencia. Son impíos, que
conviertan en
libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan al único Dueño y
Señor
nuestro Jesucristo.
5 Quiero recordaros a vosotros, que ya habéis aprendido todo esto de
una vez para siempre, que el Señor, habiendo librado al pueblo de la tierra
de Egipto, destruyó después a los que no creyeron;
6 y además que a los ángeles, que no mantuvieron su dignidad, sino
que abandonaron su propia morada, los tiene guardados con ligaduras
eternas bajo tinieblas para el juicio del gran Día.
7 Y lo mismo Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, que como
ellos fornicaron y se fueron tras una carne diferente, padeciendo la pena de
un fuego eterno, sirven de ejemplo.
8 Igualmente éstos, a pesar de todo, alucinados en sus delirios,
manchan la carne, desprecian al Señorío e injurian a las Glorias.
9 En cambio el arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo
disputándose el cuerpo de Moisés, no se atrevió a pronunciar contra
él
juicio injurioso, sino que dijo: = «Que te castigue el Señor». =
10 Pero éstos injurian lo que ignoran y se corrompen en las cosas que,
como animales irracionales, conocen por instinto.
11 ¡Ay de ellos!, porque se han ido por el camino de Caín, y por un
salario se han abandonado al descarrío de Balaam, y han perecido en
la
rebelión de Coré.
12 Estos son una mancha cuando banquetean desvergonzadamente en
vuestros ágapes y se apacientan a sí mismos; son nubes sin
agua
zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces muertos,
arrancados de raíz;
13 son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su propia
vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de
las
tinieblas para siempre.
14 Henoc, el séptimo después de Adán, profetizó ya sobre ellos:
«Mirad, el Señor ha venido con sus santas miríadas