2 quedaron en la tienda tan sólo Judit y Holofernes, desplomado
sobre su lecho y rezumando vino.
3 Judit había mandado a su sierva que se quedara fuera de su
dormitorio y esperase a que saliera, como los demás días. Porque, en efecto,
ella había dicho que saldría para hacer su oración y en este mismo sentido
había hablado a Bagoas.
4 Todos se habían retirado; nadie, ni grande ni pequeño, quedó en el
dormitorio. Judit, puesta de pie junto al lecho, dijo en su corazón:
«¡Oh
Señor, Dios de toda fuerza! Pon los ojos, en esta hora, a la empresa de mis
manos para exaltación de Jerusalén.
5 Es la ocasión de esforzarse por tu heredad y hacer que mis
decisiones sean la ruina de los enemigos que se alzan contra nosotros.»
6 Avanzó, después, hasta la columna del lecho que estaba junto a la
cabeza de Holofernes, tomó de allí su cimitarra,
7 y acercándose al lecho, agarró la cabeza de Holofernes por los
cabellos y dijo: «¡Dame fortaleza, Dios de Israel, en este momento!»
8 Y, con todas sus fuerzas, le descargó dos golpes sobre el cuello y le
cortó la cabeza.
9 Después hizo rodar el tronco fuera del lecho, arrancó las colgaduras
de las columnas y saliendo entregó la cabeza de Holofernes a su sierva,
10 que la metió en la alforja de las provisiones. Luego salieron las
dos juntos a hacer la oración, como de ordinario, atravesaron
el
campemento, contornearon el barranco, subieron por el monte de Betulia y
se presentaron ante las puertas de la ciudad.
11 Judit gritó desde lejos a los centinelas de las puertas: «¡Abrid,
abrid la puerta! El Señor, nuestro Dios, está con nosotros para hacer todavía
hazañas en Israel y mostrar su poder contra nuestros enemigos, como lo ha
hecho hoy mismo.»
12 Cuando los hombres de la ciudad oyeron su voz, se apresuraron a
bajar a la puerta y llamaron a los ancianos.
13 Acudieron todos corriendo, desde el más grande al más chico,
porque no tenían esperanza de que ella volviera; abrieron, pues, la puerta,
las recibieron, y encendiendo una hoguera para que se pudiera ver, hicieron
corro en torno a ellas.
14 Judit, con fuerte voz, les dijo: «¡Alabad a Dios, alabadle! Alabad a
Dios, que no ha apartado su misericordia de la casa de Israel, sino que esta
noche ha destrozado a nuestros enemigos por mi mano.»
15 Y sacando de la alforja la cabeza, se la mostró, diciéndoles:
«Mirad la cabeza de Holofernes, jefe supremo del ejército asirio, y
mirad
las colgaduras bajo las cuales se acostaba en su borracheras. ¡El Señor le ha
herido por mano de mujer!
16 ¡Vive el Señor!, el que me ha guardado en el camino que
emprendí, que fue seducido, para perdición suya, por mi rostro, pero no ha
cometido conmigo ningún pecado que me manche o me deshonre.»
17 Todo el pueblo quedó lleno de estupor y postrándose adoraron a
Dios y dijeron a una: «¡Bendito seas, Dios nuestro, que has aniquilado el
día de hoy a los enemigos de tu pueblo!»