3 Judit había mandado a su sierva que se quedara fuera de su
dormitorio y esperase a que saliera, como los demás días. Porque, en efecto,
ella había dicho que saldría para hacer su oración y en este mismo sentido
había hablado a Bagoas.
4 Todos se habían retirado; nadie, ni grande ni pequeño, quedó en el
dormitorio. Judit, puesta de pie junto al lecho, dijo en su corazón:
«¡Oh
Señor, Dios de toda fuerza! Pon los ojos, en esta hora, a la empresa de mis
manos para exaltación de Jerusalén.