2 y tuvieron gran miedo ante él, temblando por la suerte de Jerusalén
y por el Templo del Señor su Dios,
3 pues hacía poco que habían vuelto del destierro y apenas si acababa
de reunirse el pueblo de Judea y de ser consagrados el mobiliario, el altar y
el Templo profanados.
4 Pusieron, pues, sobre aviso a toda la región de Samaría, a Koná, Bet
Jorón, Belmáin, Jericó, y también Joba, Esorá y el valle de Salem,
5 y ocuparon con tiempo todas las alturas de las montañas más
elevadas, fortificaron los poblados que había en ellas e hicieron provisiones
con vistas a la guerra, pues tenían reciente la cosecha de los campos.
6 El sumo sacerdote Yoyaquim, que estaba entonces en Jerusalén,
escribió a los habitantes de Betulia y Betomestáin, que está frente a
Esdrelón, a la entrada de la llanura cercana a Dotán,
7 ordenándoles que tomaran posiciones en las subidas de la montaña
que dan acceso a Judea, pues era fácil detener allí a los
atacantes por la
angostura del paso que sólo permite avanzar dos hombres de frente.
8 Los israelitas cumplieron la orden del sumo sacerdote Yoyaquim y
del Consejo de Ancianos de todo el pueblo de Israel que se encontraba en
Jerusalén.
9 Todos los hombres de Israel clamaron a Dios con gran fervor, y con
gran fervor se humillaron;
10 y ellos, sus mujeres, sus hijos y sus ganados, los forasteros
residentes, los jornaleros y los esclavos, se ciñeron de sayal.
11 Todos los hombres, mujeres y niños de Israel que habitaban en
Jerusalén se postraron ante el Templo, cubrieron de ceniza sus
cabezas y
extendieron las manos ante el Señor.
12 Cubrieron el altar de saco y clamaron insistentemente, todos a una,
al Dios de Israel, para que no entregase sus hijos al saqueo, sus mujeres al
pillaje, las ciudades de su herencia a la destrucción y las cosas santas a la
profanación y al ludibrio, para mofa de los gentiles.
13 El Señor oyó su voz y vio su angustia. El pueblo ayunó largos días
en toda Judea y en Jerusalén, ante el santuario del Señor Omnipotente.
14 El sumo sacerdote Yoyaquim y todos los que estaban delante del
Señor, sacerdotes y ministros del Señor, ceñidos de sayal, ofrecían
el
holocausto perpetuo, las oraciones y las ofrendas voluntarias del pueblo,