8 y no había nadie que pudiera decir de ella una palabra maliciosa,
porque tenía un gran temor de Dios.
9 Oyó, pues, Judit las amargas palabras que el pueblo había dicho
contra el jefe de la ciudad, pues habían perdido el ánimo ante la escasez de
agua. Supo también todo cuanto Ozías les había respondido y cómo les
había jurado que entregaría la ciudad a los asirios al cabo de cinco días.
10 Entonces, mandó llamar a Jabrís y Jarmís, ancianos de la ciudad,
por medio de la sierva que tenía al frente de su hacienda.
11 Vinieron y ella les dijo: «Escuchadme, jefes de los moradores de
Betulia. No están bien las palabras que habéis pronunciado hoy delante del
pueblo, cuando habéis interpuesto entre Dios y vosotros un juramento,
asegurando que entregaríais la ciudad a nuestros enemigos si en el
plazo
convenido no os enviaba socorro el Señor.
12 ¿Quiénes sois vosotros para permitiros hoy poner a Dios a prueba
y suplantar a Dios entre los hombres?
13 ¡Así tentáis al Señor Onmipotente, vosotros que nunca llegaréis a
comprender nada!
14 Nunca llegaréis a sondear el fondo del corazón humano, ni podréis
apoderaros de los pensamientos de su inteligencia, pues ¿cómo vais a
escrutar a Dios que hizo todas las cosas, conocer su
inteligencia y
comprender sus pensamientos? No, hermanos, no provoquéis la cólera del
Señor, Dios nuestro.
15 Si no quiere socorrernos en el plazo de cinco días, tiene poder para
protegernos en cualquier otro momento, como lo tiene para aniquilarnos en
presencia de nuestros enemigos.
16 Pero vosotros no exijáis garantías a los designios del Señor nuestro
Dios, porque Dios no se somete a las amenazas, como un hombre, ni se le
marca, como a un hijo de hombre, una línea de conducta.
17 Pidámosle más bien que nos socorra, mientras esperamos
confiadamente que nos salve. Y él escuchará nuestra súplica, si le
place
hacerlo.
18 «Verdad es que no hay en nuestro tiempo ni en nuestros días tribu,
familia, pueblo o ciudad de las nuestras que se postre ante dioses
hechos
por mano de hombre, como sucedió en otros tiempos,
19 en castigo de lo cual fueron nuestros padres entregados a la espada
y al saqueo, y sucumbieron desastradamente ante sus enemigos.
20 Pero nosotros no conocemos otro Dios que él, y en esto estriba
nuestra esperanza de que no nos mirará con desdén ni a nosotros
ni a
ninguno de nuestra raza.
21 «Porque si de hecho se apoderan de nosotros, caerá todo Judea;
nuestro santuario será saqueado y nosotros tendremos que responder de esta
profanación con nuestra propia sangre.
22 La muerte de nuestros hermanos, la deportación de esta tierra y la
devastación de nuestra heredad, caerá sobre nuestras cabezas, en medio de
las naciones en que estemos como esclavos y seremos para nuestros amos
escarnio y mofa,
23 ya que nuestra esclavitud no concluiría en benevolencia, sino que
el Señor nuestro Dios la convertiría en deshonra.