40 A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas
dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos,
los curaba.
41 Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres
el Hijo de Dios.» Pero él, conminaba y no les permitía hablar,
porque
sabían que él era el Cristo.
42 Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le
andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les
dejara.
43 Pero él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la
Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.»