9 Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer
el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla.»
10 Y mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano.» El lo hizo, y
quedó restablecida su mano.
11 Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.
12 Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la
noche en la oración de Dios.
13 Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de
entre ellos, a los que llamó también apóstoles.
14 A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago
y Juan, a Felipe y Bartolomé,
15 a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes;
16 a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.
17 Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran
multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda
Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,
18 que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y
los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados.
19 Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que
sanaba a todos.
20 Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos,
decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
21 Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis
saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.
22 Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os
expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del
Hijo del hombre.
23 Alegráos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será
grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.