5 porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la
sinagoga.»
6 Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el
centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy
digno de que entres bajo mi techo,
7 por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro.
Mándalo de palabra, y quede sano mi criado.
8 Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis
órdenes, y digo a éste: “Vete”, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo:
“Haz esto”, y lo hace.»
9 Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la
muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe
tan grande.»
10 Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.
11 Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e
iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre.
12 Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un
muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha
gente de la ciudad.
13 Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores.»
14 Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él
dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.»