4 Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis
de allí.
5 En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad,
sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.»
6 Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y
curando por todas partes.
7 Se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba
perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los
muertos;
8 otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos
profetas había resucitado.
9 Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien
oigo tales cosas?» Y buscaba verle.
10 Cuando los apóstoles regresaron, le contaron cuanto habían hecho.
Y él, tomándolos consigo, se retiró aparte, hacia una ciudad llamada
Betsaida.
11 Pero las gentes lo supieron, y le siguieron; y él, acogiéndolas, les
hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de
ser curados.
12 Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le
dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas
del
contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar
deshabitado.»
13 El les dijo: «Dadles vosotros de comer.» Pero ellos respondieron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos
nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.»
14 Pues había como 5.000 hombres. El dijo a sus discípulos: «Haced
que se acomoden por grupos de unos cincuenta.»
15 Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a todos.
16 Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los
ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando
a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente.
17 Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les
habían sobrado: doce canastos.
18 Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él
los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
19 Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías;
otros, que un profeta de los antiguos había resucitado.»
20 Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó:
«El Cristo de Dios.»
21 Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
22 Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por
los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al
tercer día.»
23 Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
24 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su
vida por mí, ése la salvará.
25 Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si
él mismo se pierde o se arruina?
26 Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se
avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la
de su
Padre y en la de los santos ángeles.
27 «Pues de verdad os digo que hay algunos, entre los aquí presentes,
que no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios.»
28 Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó
consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar.
29 Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y
sus vestidos eran de una blancura fulgurante,
30 y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y
Elías;
31 los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a
cumplir en Jerusalén.
32 Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero
permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban
con él.
33 Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús:
«Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía.
34 Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió
con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor.
35 Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi
Elegido; escuchadle.»
36 Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos
callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
37 Sucedió que al día siguiente, cuando bajaron del monte, le salió al
encuentro mucha gente.
38 En esto, un hombre de entre la gente empezó a gritar: «Maestro, te
suplico que mires a mi hijo, porque es el único que tengo,
39 y he aquí que un espíritu se apodera de él y de pronto empieza a
dar gritos, le hace retorcerse echando espuma, y difícilmente se aparta de él,
dejándole quebrantado.
40 He pedido a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.»
41 Respondió Jesús: «¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta
cuándo estaré con vosotros y habré de soportaros? ¡Trae acá a tu hijo!»
42 Cuando se acercaba, el demonio le arrojó por tierra y le agitó
violentamente; pero Jesús increpó al espíritu inmundo, curó al niño y
lo
devolvió a su padre;