40 Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice:
«Si quieres, puedes limpiarme.»
41 Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero;
queda limpio.»
42 Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio.
43 Le despidió al instante prohibiéndole severamente:
44 «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y
haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva
de testimonio.»
45 Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a
divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público
en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios.
Y acudían a él de todas partes.