2 Había quienes decían: «Nosotros tenemos que dar en prenda
nuestros hijos y nuestras hijas para obtener grano con que comer y vivir.»
3 Había otros que decían: «Nosotros tenemos que empeñar nuestros
campos, nuestras viñas y nuestras casas para conseguir grano en esta
penuria.»
4 Y otros decían: «Tenemos que pedir prestado dinero a cuenta de
nuestros campos y de nuestras viñas para el impuesto del rey;
5 y siendo así que tenemos la misma carne que nuestros hermanos, y
que nuestros hijos son como sus hijos, sin embargo tenemos que entregar
como esclavos a nuestros hijos y a nuestras hijas; ¡hay incluso entre
nuestras hijas quienes son deshonradas! Y no podemos hacer nada, ya que
nuestros campos y nuestras viñas pertenecen a otros.»
6 Yo me indigné mucho al oír su queja y estas palabras.
7 Tomé decisión en mi corazón de reprender a los notables y a los
consejeros, y les dije: «¡Qué carga impone cada uno de vosotros a
su
hermano!» Congregué contra ellos una gran asamblea,
8 y les dije: «Nosotros hemos rescatado, en la medida de nuestras
posibilidades, a nuestros hermanos judíos que habían sido vendidos a
las
naciones. ¡Y ahora sois vosotros los que vendéis a vuestros hermanos para
que nosotros los rescatemos!» Ellos callaron sin saber qué responder.
9 Y yo continué: «No está bien lo que estáis haciendo. ¿No queréis
caminar en el temor de nuestro Dios, para evitar los insultos de las naciones
enemigas?
10 También yo, mis hermanos y mi gente, les hemos prestado dinero y
trigo. Pues bien, condonemos estas deudas.
11 Restituidles inmediatamente sus campos, sus viñas, sus olivares y
sus casas, y perdonadles la deuda del dinero, del trigo, del vino y del aceite
que les habéis prestado.»
12 Respondieron ellos: «Restituiremos y no les reclamaremos ya
nada; haremos como tú has dicho.» Entonces llamé a los sacerdotes y les
hice jurar que harían seguir esta promesa.
13 Luego sacudí los pliegues de mi manto diciendo: «¡Así sacuda
Dios, fuera de su casa y de su hacienda, a todo aquel que no mantenga esta
palabra: así sea sacudido y despojado!» Toda la asamblea respondió:
«¡Amén!», y alabó a Yahveh. Y el pueblo cumplió esta palabra.
14 Además, desde el día en que el rey me mandó ser gobernador del
país de Judá, desde el año veinte hasta el 32 del rey Artajerjes, durante doce
años, ni yo ni mis hermanos comimos jamás del pan del gobernador.
15 En cambio los gobernadores anteriores que me precedieron
gravaban al pueblo: cada día percibían de él, como contribución por el pan,
cuarenta siclos de plata; también sus servidores oprimían al pueblo.
Pero
yo, por temor de Dios, no hice nunca esto.