2 Por eso mismo gradualmente castigas a los que caen; les amonestas
recordándoles en qué pecan para que, apartándose del mal, crean en
ti,
Señor.
3 A los antiguos habitantes de tu tierra santa
4 los odiabas, porque cometían las más nefastas acciones, prácticas de
hechicería, iniciaciones impías.
5 A estos despiadados asesinos de sus hijos, devoradores de entrañas
en banquetes de carne humana y de sangre, a estos iniciados en bacanales,
6 padres asesinos de seres indefensos, habías querido destruirlos a
manos de nuestros padres,
7 para que la tierra que te era la más apreciada de todas, recibiera una
digna colonia de hijos de Dios.
8 Pero aun con éstos, por ser hombres, te mostraste indulgente, y les
enviaste avispas, como precursoras de tu ejército, que les fuesen
poco a
poco destruyendo.
9 No porque no pudieses en batalla campal entregar a los impíos en
manos de los justos, o aniquilarlos de una vez con feroces fieras o con una
palabra inexorable,
10 sino que les concedías, con un castigo gradual, una ocasión de
arrepentirse; aun sabiendo que era su natural perverso, su malicia innata, y
que jamás cambiaría su manera de pensar
11 por ser desde el comienzo una raza maldita. Tampoco por temor a
nadie concedías la impunidad a sus pecados.
12 Pues ¿quién podría decirte: «¿Qué has hecho?» ¿Quién se
opondría a tu sentencia? ¿Quién te citaría a juicio por destruir naciones por
ti creadas? ¿Quién se alzaría contra ti como vengador de hombres inicuos?