7 para que la tierra que te era la más apreciada de todas, recibiera una
digna colonia de hijos de Dios.
8 Pero aun con éstos, por ser hombres, te mostraste indulgente, y les
enviaste avispas, como precursoras de tu ejército, que les fuesen
poco a
poco destruyendo.
9 No porque no pudieses en batalla campal entregar a los impíos en
manos de los justos, o aniquilarlos de una vez con feroces fieras o con una
palabra inexorable,
10 sino que les concedías, con un castigo gradual, una ocasión de
arrepentirse; aun sabiendo que era su natural perverso, su malicia innata, y
que jamás cambiaría su manera de pensar
11 por ser desde el comienzo una raza maldita. Tampoco por temor a
nadie concedías la impunidad a sus pecados.
12 Pues ¿quién podría decirte: «¿Qué has hecho?» ¿Quién se
opondría a tu sentencia? ¿Quién te citaría a juicio por destruir naciones por
ti creadas? ¿Quién se alzaría contra ti como vengador de hombres inicuos?
13 Pues fuera de ti no hay un Dios que de todas las cosas cuide,
a
quien tengas que dar cuenta de la justicia de tus juicios;
14 ni hay rey ni soberano que se te enfrente en favor de los que has
castigado.
15 Sino que, como eres justo, con justicia administras el universo, y
miras como extraño a tu poder condenar a quien no merece ser castigado.
16 Tu fuerza es el principio de tu justicia y tu señorío sobre todos los
seres te hace indulgente con todos ellos
17 Ostentas tu fuerza a los que no creen en la plenitud de tu poder, y
confundes la audacia de los que la conocen.
18 Dueño de tu fuerza, juzgas con moderación y nos gobiernas con
mucha indulgencia porque, con sólo quererlo, lo puedes todo.