6 También al principio, mientras los soberbios gigantes perecían, se
refugió en una barquichuela la esperanza del mundo, y, guiada por
tu
mano, dejó al mundo semilla de una nueva generación.
7 Pues bendito es el leño por el que viene la justicia,
8 pero el ídolo fabricado, maldito él y el que lo hizo; uno por hacerle,
el otro porque, corruptible, es llamado dios,
9 y Dios igualmente aborrece al impío y su impiedad;
10 ambos, obra y artífice, serán igualmente castigados.
11 Por eso también habrá una visita para los ídolos de las naciones,
porque son una abominación entre las criaturas de Dios, un escándalo para
las almas de los hombres, un lazo para los pies de los insensatos.
12 La invención de los ídolos fue el principio de la fornicación; su
descubrimiento, la corrupción de la vida.
13 No los hubo al principio ni siempre existirán;
14 por la vanidad de los hombres entraron en el mundo y, por eso,
está decidido su rápido fin.
15 Un padre atribulado por un luto prematuro encarga una imagen del
hijo malogrado; al hombre muerto de ayer, hoy como un dios le venera y
transmite a los suyos misterios y ritos.
16 Luego, la impía costumbre, afianzada con el tiempo, se acata
como ley.
17 También por decretos de los soberanos recibían culto las estatuas.
Unos hombres que, por vivir apartados, no les podían honrar en
persona,
representaron su lejana figura encargando una imagen, reflejo del rey
venerado; así lisonjearían con su celo al ausente como si presente se hallara.
18 A extender este culto contribuyó la ambición del artista y arrastró
incluso a quienes nada del rey sabían;
19 pues deseoso, sin duda, de complacer al soberano, alteró con su
arte la semejanza para que saliese más bella,
20 y la muchedumbre seducida por el encanto de la obra, al que poco
antes como hombre honraba, le consideró ya objeto de adoración.