13 Pues tú tienes el poder sobre la vida y sobre la muerte, haces bajar
a las puertas del Hades y de allí subir.
14 El hombre, en cambio, puede matar por su maldad, pero no hacer
tornar al espíritu que se fue, ni liberar al alma ya acogida en el Hades.
15 Es imposible escapar de tu mano.
16 Los impíos que rehusaban conocerte fueron fustigados por la
fuerza de tu brazo; lluvias insólitas, granizadas, aguaceros implacables los
persigueron y el fuego los devoró.
17 Y lo más extraño era que con el agua, que todo lo apaga, el fuego
cobraba una violencia mayor. El universo, en efecto, combate en favor de
los justos.
18 Las llamas unas veces se amansaban para no consumir a los
animales enviados contra los impíos, y darles a entender, por lo que veían,
que el juicio de Dios les hostigaba;
19 pero otras, aun en medio de las aguas, abrasaban con fuerza
superior a la del fuego para destruir las cosechas de una tierra inicua.
20 A tu pueblo, por el contrario, le alimentaste con manjar de
ángeles; les suministraste, sin cesar desde el ciel un pan ya preparado que
podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos.
21 El sustento que les dabas revelaba tu dulzura con tus hijos pues,
adaptándose al deseo del que lo tomaba, se tranformaba en lo que cada uno
quería.
22 Nieve y hielo resistían al fuego sin fundirse, para que supieran que
el fuego, para destruir las cosechas de sus enemigos, entre el
granizo
abrasaba y fulguraba entre la lluvia,
23 mientras que, para que los justos pudieran sustentarse, hasta de su
natural poder se olvidaba.
24 Porque la creación, sirviéndote a ti, su Hacedor, se embravece para
castigo de los inicuos y se amansa en favor de los que en ti confían.
25 Por eso, también entonces, cambiándose en todo, servía a tu
liberalidad que a todos sustenta, conforme al deseo de los necesitados.
26 De este modo enseñabas a tus hijos queridos, Señor, que no son las
diversas especies de frutos los que alimentan al hombre, sino que es
tu
palabra la que mantiene a los que creen en ti.
27 El fuego no alcanzaba a disolver lo que sencillamente derretía el
calor de un breve rayo de sol.
28 Con ello le enseñabas que debían adelantarse al sol para darte
gracias y recurrir a ti al rayar el día,