4 Pues ni el escondrijo que les protegía les libraba del miedo; que
también allí resonaban ruidos escalofriantes y se aparecían
espectros
sombríos de lúgubre aspecto.
5 No había fuego intenso capaz de alumbrarles, ni las brillantes
llamas de las estrellas alcanzaban a esclarecer aquella odiosa noche.
6 Tan sólo una llamarada, por sí misma encendida, se dejaba entrever
sembrando el terror; pues en su espanto, al desaparecer la
visión,
imaginaban más horrible aún lo que acababan de ver.
7 Los artificios de la magia resultaron ineficaces; con gran afrenta
quedó refutado su pretendido saber,
8 pues los que prometían expulsar miedos y sobresaltos de las almas
enloquecidas, enloquecían ellos mismos con ridículos temores.
9 Incluso cuando otro espanto no les atemorizara, sobresaltados por el
paso de los bichos y el silbido de los reptiles,
10 se morían de miedo, y rehusaban mirar aquel aire que de ninguna
manera podían evitar.
11 Cobarde es, en efecto, la maldad y ella a sí misma se condena;
acosada por la conciencia imagina siempre lo peor;
12 pues no es otra cosa el miedo sino el abandono del apoyo que
presta la reflexión;
13 y cuanto menos se cuenta con los recursos interiores, tanto mayor
parece la desconocida causa que produce el tormento.
14 Durante aquella noche verdaderamente inerte, surgida de las
profundidades del inerte Hades, en un mismo sueño sepultados,
15 al invadirles un miedo repentino e inesperado, se vieron, de un
lado, perseguidos de espectrales apariciones y, de otro, paralizados
por el
abandono de su alma.
16 De este modo, cualquiera que en tal situación cayera, quedaba
encarcelado, encerrado en aquella prisión sin hierros;
17 ya fuera labrador o pastor, o bien un obrero dedicado en la soledad
a su trabajo, sorprendido, soportaba la ineludible necesidad,