7 Por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el
espíritu de Sabiduría.
8 Y la preferí a cetros y tronos y en nada tuve a la riqueza en
comparación de ella.
9 Ni a la piedra más preciosa la equiparé, porque todo el oro a su lado
es un puñado de arena y barro parece la plata en su presencia.
10 La amé más que la salud y la hermosura y preferí tenerla a ella
más que a la luz, porque la claridad que de ella nace no conoce noche.
11 Con ella me vinieron a la vez todos los bienes, y riquezas
incalculables en sus manos.
12 Y yo me regocijé con todos estos bienes porque la Sabiduría los
trae, aunque ignoraba que ella fuese su madre.
13 Con sencillez la aprendí y sin envidia la comunico; no me guardo
ocultas sus riquezas
14 porque es para los hombres un tesoro inagotable y los que lo
adquieren se granjean la amistad de Dios recomendados por los dones que
les trae la instrucción.
15 Concédame Dios hablar según él quiere y concebir pensamientos
dignos de sus dones, porque él es quien guía a la Sabiduría y quien dirige a
los sabios;
16 que nosotros y nuestras palabras en sus manos estamos con toda
nuestra prudencia y destreza en el obrar.
17 Fue él quien me concedió un conocimiento verdadero de los seres,
para conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos,
18 el principio, el fin y el medio de los tiempos, los cambios de los
solsticios y la sucesión de las estaciones,
19 los ciclos del año y la posición de las estrellas,
20 la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras, el poder
de los espíritus y los pensamientos de los hombres, las variedades
de las
plantas y las virtudes de las raíces.
21 Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque el
artífice de todo, la Sabiduría, me lo enseñó.