2 Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo
de oro y un vestido espléndido; y entra también un pobre con un
vestido
sucio;
3 y que dirigís vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le
decís: «Tú, siéntate aquí, en un buen lugar»; y en cambio al pobre le decís:
«Tú, quédate ahí de pie», o «Siéntate a mis pies».
4 ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con
criterios malos?
5 Escuchad, hermanos míos queridos: ¿Acaso no ha escogido Dios a
los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que
prometió a los que le aman?
6 ¡En cambio vosotros habéis menospreciado al pobre! ¿No son acaso
los ricos los que os oprimen y os arrastran a los tribunales?
7 ¿No son ellos los que blasfeman el hermoso Nombre que ha sido
invocado sobre vosotros?
8 Si cumplís plenamente la Ley regia según la Escritura: = Amarás a
tu prójimo como a ti mismo, = obráis bien;
9 pero si tenéis acepción de personas, cometéis pecado y quedáis
convictos de transgresión por la Ley.
10 Porque quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se
hace reo de todos.
11 Pues el que dijo: = No adulteres, = dijo también: = No mates. = Si
no adulteras, pero matas, eres transgresor de la Ley.
12 Hablad y obrad tal como corresponde a los que han de ser juzgados
por la Ley de la libertad.
13 Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo
misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio.
14 ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no
tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe?
15 Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del
sustento diario,
16 y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos»,
pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?