2 pues todos caemos muchas veces. Si alguno no cae hablando, es un
hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo.
3 Si ponemos a los caballos frenos en la boca para que nos obedezcan,
dirigimos así todo su cuerpo.
4 Mirad también las naves: aunque sean grandes y vientos impetuosos
las empujen, son dirigidas por un pequeño timón adonde la voluntad
del
piloto quiere.
5 Así también la lengua es un miembro pequeño y puede gloriarse de
grandes cosas. Mirad qué pequeño fuego abrasa un bosque tan grande.
6 Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es
uno de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la
gehenna, prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos.
7 Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser
domados y de hecho han sido domados por el hombre;
8 en cambio ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal
turbulento; está llena de veneno mortífero.
9 Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los
hombres, hechos a imagen de Dios;
10 de una misma boca proceden la bendición y la maldición. Esto,
hermanos míos, no debe ser así.
11 ¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga?
12 ¿Acaso, hermanos míos, puede la higuera producir aceitunas y la
vid higos? Tampoco el agua salada puede producir agua dulce.
13 ¿Hay entre vosotros quien tenga sabiduría o experiencia? Que
muestre por su buena conducta las obras hechas con la dulzura de la
sabiduría.
14 Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y espíritu de
contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad.
15 Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural,
demoníaca.
16 Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay
desconcierto y toda clase de maldad.
17 En cambio la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar,
pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos
frutos, imparcial, sin hipocresía.