4 Ana, su mujer, decía: «Mi hijo ha muerto y ya no se cuenta entre los
vivos.» Y rompió a llorar y a lamentarse por su hijo, diciendo:
5 «¡Ay de mí, hijo mío! ¡Que te dejé marchar a ti, luz de mis ojos!»
6 Tobit le dijo: «Calla, hermana, no pienses eso. El está bien. Habrán
tenido algún contratiempo allí, pero su compañero es hombre de fiar y uno
de los nuestros; no te inquietes por él, que debe estar cerca.»
7 Ella le replicó: «Déjame, no intentes engañarme. Mi hijo ha
muerto.» Y todos los días se iba a mirar el camino por donde su hijo había
marchado. No creía a nadie. Y cuando se ponía el sol, entraba en
casa y
pasaba las noches gimiendo y llorando, sin poder dormir.
8 Cuando se pasaron los catorce días con que Ragüel había
determinado celebrar la boda de su hija, se dirigió a él Tobías y
le dijo:
«Déjame regresar, porque estoy seguro que mi padre y mi madre están
pensando que ya no van a volver a verme. Así que te ruego, padre, que me
permitas regresar al lado de mi padre. Ya te dije en qué situación
le he
dejado.»
9 Ragüel respondió a Tobías: «Quédate, hijo; quédate commigo y yo
enviaré mensajeros a tu padre Tobit para que le den noticias tuyas.» Pero
Tobías replicó: «No. Te ruego que me permitas volver al lado de mi padre.»
10 Entonces Ragüel se levantó y entregó a Tobías su mujer Sarra y la
mitad de todos sus bienes, criados, criadas, bueyes y carneros, asnos
y
camellos, vestidos, plata y utensilios,
11 y les dejó partir gozosos. Al despedirse de Tobías le dijo: «¡Salud,
hijo, y buen viaje! El Señor del Cielo os guíe a vosotros y a tu mujer Sarra
por buen camino y que pueda yo ver vuestros hijos antes de morir.»
12 A su hija Sarra le dijo: «Vas al lado de tu suegro, pues desde ahora
ellos son padres tuyos igual que los que te han engendrado. Vete en
paz,
hija. Que tenga buenas noticias de ti, mientras yo viva.» Y saludándoles, se
despidió de ellos.
13 Edna dijo a Tobías: «Hijo y hermano queridísimo: Que el Señor te
devuelva y que yo viva hasta ver tus hijos y de mi hija Sarra antes de morir.
En presencia del Señor te entrego a mi hija en custodia; no le causes tristeza
en todos los días de tu vida. Vete en paz, hijo. A partir de ahora, yo soy tu
madre y Sarra es tu hermana. ¡Ojalá pudiéramos vivir juntos todos los días
de nuestra vida!» Y besando a los dos, los dejó partir llenos de gozo.